EN ESTILO BARROCO, NEOCLÁSICO O MODERNISTA, IMPRESIONAN NO SÓLO POR SU CATÁLOGO SINO POR SU PRESENCIA
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Un vértigo de salas y pasadizos ocupados por libros de ensueño, catálogos raros y viejos incunables. Vamos al interior de las bibliotecas más esplendorosas del mundo.
Un vértigo de salas y pasadizos ocupados por libros de ensueño, catálogos raros y viejos incunables. Vamos al interior de las bibliotecas más esplendorosas del mundo.
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Jorge Luís Borges las imaginó infinitas y Umberto Eco las convirtió en un laberinto donde la razón y el conocimiento se debaten contra el oscurantismo.Espacio natural de ensoñaciones, para la cofradía de quienes consideran el libro como el más perfecto de los inventos humanos, la biblioteca es el más feliz de los lugares, el sitio en el que una aventura puede desprenderse de cualquier anaquel en cualquier momento.Algunas llevan siglos desempeñando esa función, acumulando y custodiando la memoria de los hombres, suspendiendo el tiempo que entre sus paredes pasa más despacio y parece ser menos destructivo.Las hay que son o fueron grandes depósitos monásticos, como la de la abadía benedictina húngara de Pannonhalma, con su globo terráqueo en el centro, la del convento de Mafra en Portugal o la de Strahov en Praga con sus delirantes frescos barrocos. Otras pertenecen a Universidades de larguísima tradición –Trinity College de Dublín, Coimbra, Oxford- a instituciones nacionales –de la Biblioteca Nacional de Rusia en San Petersburgo a la Clásica Biblioteca Nacional Francesa- o culturales –el maravilloso Real Gabinete Portugues de Lectura en Rio de Janeiro o la biblioteca de la escuela de arte de Glasgow, diseñada por Mackintosh, son dos de los más sugestivos espacios de lectura que sean dables. Y aún habría que mencionar las bibliotecas que pertenecieron a un patrimonio exclusivo –la Real del Escorial- o que han sido siempre discretas y difíciles de penetrar como la Biblioteca Vaticana.De hecho, a veces son de libre acceso y cualquiera puede convertirse en su usuario. Pero otras están reducidas a un exclusivo coto de investigadores o, como en el caso de la Biblioteca del Senado francesa, a un reducido grupo profesional. También pueden ser bibliotecas no operativas, que sólo ejerzan de museo, como la milagrosamente conservada en Zutphen, Holanda, e intocada desde el siglo XVI, o que cobren una entrada por visitarlas (y aquí, lamentablemente, seguirían unas cuantas).Pero todas las aquí mencionadas y otras que se han quedado en el tintero comparten su poder evocador, su espectacularidad escénica, la honda impresión de recogimiento y acumulación de saber que se respira bajo sus bóvedas. Y del mismo modo que en los viajes se buscan los monumentos más destacados y los paisajes más pintorescos, rendir visita a las bibliotecas más significativas puede ser un aliciente muy especial nuestros desplazamientos. De cualquier modo, si queremos ir echando un vistazo a los encantos que pueden depararnos, aquí os ponemos el enlace con esta estupenda página de fotografías de bibliotecas:
http://curiousexpeditions.org/2007/09/a_librophiliacs_love_letter_1.html
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Jorge Luís Borges las imaginó infinitas y Umberto Eco las convirtió en un laberinto donde la razón y el conocimiento se debaten contra el oscurantismo.Espacio natural de ensoñaciones, para la cofradía de quienes consideran el libro como el más perfecto de los inventos humanos, la biblioteca es el más feliz de los lugares, el sitio en el que una aventura puede desprenderse de cualquier anaquel en cualquier momento.Algunas llevan siglos desempeñando esa función, acumulando y custodiando la memoria de los hombres, suspendiendo el tiempo que entre sus paredes pasa más despacio y parece ser menos destructivo.Las hay que son o fueron grandes depósitos monásticos, como la de la abadía benedictina húngara de Pannonhalma, con su globo terráqueo en el centro, la del convento de Mafra en Portugal o la de Strahov en Praga con sus delirantes frescos barrocos. Otras pertenecen a Universidades de larguísima tradición –Trinity College de Dublín, Coimbra, Oxford- a instituciones nacionales –de la Biblioteca Nacional de Rusia en San Petersburgo a la Clásica Biblioteca Nacional Francesa- o culturales –el maravilloso Real Gabinete Portugues de Lectura en Rio de Janeiro o la biblioteca de la escuela de arte de Glasgow, diseñada por Mackintosh, son dos de los más sugestivos espacios de lectura que sean dables. Y aún habría que mencionar las bibliotecas que pertenecieron a un patrimonio exclusivo –la Real del Escorial- o que han sido siempre discretas y difíciles de penetrar como la Biblioteca Vaticana.De hecho, a veces son de libre acceso y cualquiera puede convertirse en su usuario. Pero otras están reducidas a un exclusivo coto de investigadores o, como en el caso de la Biblioteca del Senado francesa, a un reducido grupo profesional. También pueden ser bibliotecas no operativas, que sólo ejerzan de museo, como la milagrosamente conservada en Zutphen, Holanda, e intocada desde el siglo XVI, o que cobren una entrada por visitarlas (y aquí, lamentablemente, seguirían unas cuantas).Pero todas las aquí mencionadas y otras que se han quedado en el tintero comparten su poder evocador, su espectacularidad escénica, la honda impresión de recogimiento y acumulación de saber que se respira bajo sus bóvedas. Y del mismo modo que en los viajes se buscan los monumentos más destacados y los paisajes más pintorescos, rendir visita a las bibliotecas más significativas puede ser un aliciente muy especial nuestros desplazamientos. De cualquier modo, si queremos ir echando un vistazo a los encantos que pueden depararnos, aquí os ponemos el enlace con esta estupenda página de fotografías de bibliotecas:
http://curiousexpeditions.org/2007/09/a_librophiliacs_love_letter_1.html
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